Un clima de fin de época,
creado por el agotamiento de los recursos económicos sobre los que se sustentó
la hegemonía kirchnerista, comienza impregnar la política nacional. La oposición
burguesa y sus medios de difusión amplifican
hasta la exageración esta inocultable decadencia; reproducen datos, estadísticas,
denuncian escándalo tras escándalo, bóveda tras bóveda. Testaferros y
valijeros, amigos y funcionarios descubren el olfato político de algunos jueces
que intuyen el irreversible cambio de humor político en la sociedad y se animan
a imputar e indagar a quienes hasta hace unos meses eran intocables personajes
del poder. Antiguos vasallos políticos se le animan a la ira del Palacio y su
moradora y arman, más o menos abiertamente, listas comunes con la oposición
para competir en las próximas internas, facilitan fiscales y pagan afiches y
pintadas de los supuestos adversarios. Reconocidos militantes de trayectoria
social, devenidos oficialistas, admiten en voz baja, la posibilidad cierta de
un contundente derrota electoral, anticipada por una grave crisis institucional
si la justicia, como todo parece indicar, voltea la reforma judicial y suspende
la elección de consejeros de la Magistratura. El impacto de los cuestionamientos
comienza a horadar el autoritarismo presidencial, genera fisuras internas y
crisis y peleas de gabinete que, muy pronto, serán un juego de niños si el
escenario electoral adverso se confirma.
Sin embargo, está lejos de
los planes del oficialismo acordar con la burguesía opositora alguna forma
transicional de abandono del poder. No existe, para el cristinismo, vida más
allá del Palacio y los resortes económicos y coercitivos con los que construyó
hegemonía, disciplinó descontentos y premio lealtades y alcahueterías. Y si no existe
en lo más alto del poder autoritario voluntad alguna de consenso, mucho menos
lo habrá entre las filas de los “Jóvenes Maravillosos” que componen su primera
línea de fuego. Lanzados al estrellato y a porciones de poder, caja y fama no
por méritos de militancia sino por su eficacia en el besamanos palaciego, son
los primeros en proclamar, a voz en cuello, su voluntad de guerra en defensa de
esas fabulosas prebendas. Después de haber olfateado las mieles del poder, ni
se les pasa por la cabeza el regreso a las penurias del llano y al combate
cotidiano por el pan y el alquiler.
TODO TIENE UN FINAL
Se equivoca, entonces, la
burguesía opositora si cree que podrá desalojar del mando, fácilmente y por los
métodos de la democracia burguesa, a quienes hicieron historia, precisamente,
por construir su poder en medio de las ruinas del régimen, después del 2001. Acosado
por la adversidad, el cristinismo dará pela y mostrará su verdadero rostro de
clase, más represivo y autoritario que nunca. Descargará el ajuste económico
sobre los humildes, impondrá –ya lo hace-cepos explícitos a paritarias
ficticias mientras su impuesto inflacionario carcome los magros ingresos de los
trabajadores. Mostrará que no hay contradicción entre un discurso “ladri-progresista”
y una política represiva encabezada por un teniente coronel amigo de los
carapintadas y secundada por gobernadores que no escatiman palos a la protesta
social en sus provincias. Devolverá golpe por golpe, mazazo por mazazo. Está
obligado a hacerlo porque de lo que se trata –pese a los alaridos histéricos e
incomprensibles de sus intelectuales pagos-no es de defender ideas, programas, banderas,
trayectorias o héroes, sino fortunas, inmensas fortunas, inimaginables fortunas
muy mal habidas y peor disimuladas. Lázaro Báez no es más que un peón en ese
tablero enorme en el que habitan, no sólo ordinarias bóvedas, sino sofisticadas
y fabulosas participaciones societarias en empresas mineras, constructoras,
medios de difusión, casinos, petroleras, bancos, de bio combustibles y de
producción agraria. Como al náufrago ladrón de galletas de un recordado cuento
de Jack London, la avaricia puede más que la prudencia y transforma en
valientes a cobardes de reconocida trayectoria.
Por eso, más allá del próximo
capítulo electoral, lo que cabe esperar es un recrudecimiento de la lucha interburguesa,
un salto adelante en la disputa por la sucesión dentro y fuera del partido
peronista y el regreso de las grandes luchas populares como única respuesta
superadora a la descomposición del régimen y la guerra entre bandoleros.
Las recientes y masivas
protestas populares en Europa, que pusieron en la calle a millones de personas
en decenas de ciudades, comenzando a desbordar el control de los aparatos
reformistas (los “progresistas” de allá) marcan un camino de enfrentamiento
directo con el poder capitalista en el centro de su dominación. Mientras acá la
izquierda legal se mata por los lugares en las listas de un frente que no
contiene a nadie, la historia está golpeando las puertas del presente. Lo hace
con la vehemencia y universalidad que pocas veces tuvo a lo largo de los
siglos. La burguesía, la misma clase social que hace doscientos años exigía “Aux
armes citoyens!”, comienza a temblar ante la posibilidad de que ese grito sea
enarbolado, ahora, por millones de oprimidos lanzados a conquistar el futuro.
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