viernes, 31 de julio de 2015

Revista La Maza N° 46


EDITORIAL
  En estos días se cumplen treinta años del restablecimiento de la democracia en nuestro país. La derrota en Malvinas y la persistencia de la resistencia popular pusieron contra las cuerdas a la dictadura militar más sangrienta de nuestra historia y la dejaron a merced de un pueblo heroico y movilizado que ganaba las calles cada vez con mayor masividad y contundencia.
Exigía justicia, aparición con vida de los miles de desaparecidos, libertad de los presos políticos, libertades democráticas, políticas y sindicales. Pero, también y sobre todo, exigía la restitución de las importantes conquistas sociales y económicas logradas en décadas de lucha y arrebatas a punta de fusil por los militares genocidas para enriquecer a los socios empresariales de la dictadura.
Y, mientras la dictadura apuraba la negociación con los siempre bien dispuestos políticos burgueses y restablecía la legalidad del funcionamiento de sus partidos, el pueblo reconstruía su memoria, abrazaba a los sobrevivientes, rescataba las luchas y sus enseñanzas. Se proponía reinstalar la discusión acerca de qué sociedad construir y al beneficio de quiénes. Pero ni los militares ni los políticos de la burguesía estaban dispuestos a tolerar ese rumbo al período post-dictadura que ya se vivía.
Entonces, transaron. El que primero acudió a la cita con los genocidas fue el viejo peronismo de Lorenzo Miguel, Bittel y compañía, el mismo que se incendiaría con el cajón de Herminio Iglesias. Con un poco más de discreción, también concurrió a la cita la Unión Cívica Radical, encabezada por el ex cadete del Liceo Militar, Raúl Alfonsín, viejo camarada de aulas de los generales Viola y Videla.
Fuese como fuese el desarrollo del acuerdo de impunidad sellado, lo que quedó claro era que el tránsito a la democracia no sería en beneficio del pueblo explotado ni de la Nación saqueada. Que se preservarían los negocios y las fortunas mal habidas y ensangrentadas de la burguesía argentina; que se honraría la deuda externa pactada para enriquecerlos a ellos y a los banqueros y gestores usurarios; que no habría revisión de los negociados del Mundial 78 y su TV color; que nadie indagaría seriamente el destino de los desaparecidos y que se garantizaría impunidad para los artífices y beneficiarios del período más negro de nuestra historia nacional. Y, tal vez porque pactó con mayor discreción que los peronistas, fue el partido radical el que se quedó con el sillón de Rivadavia, empujado por el voto multitudinario de un pueblo que creyó el verso alfonsinista de democracia en la que se come, se educa y se cura y de los juicios históricos en los que los genocidas pagarían sus culpas, mientras la CONADEP preparaba un informe más útil para los historiadores que para hacer justicia popular.
Lo que vino después es más conocido. La democracia demostró ser hija bastarda de la dictadura y de los poderes hegemónicos que aquella o bien construyó o bien fortaleció como nunca. Los partidos del régimen con su esquema bipartidista, radicalperonista, se encargaron de desandar los primeros y tibios pasos para acabar con la impunidad, vinieron las leyes de obediencia debida y punto final, vino el indulto de Menem y la reconciliación nacional y social con los empresarios socios e inspiradores del genocidio y con una cúpula eclesiástica que bendecía los fusiles asesinos.
En estos treinta años se les pagó a los acreedores varias veces el PBI anual de nuestro país, sólo para seguir debiendo, cada año, un poco más. En estas décadas, la Argentina de los pobres quebró varias veces. Se derrumbó el país con mayor alfabetización del continente; el abismo social se hizo cotidiano para millones y millones de argentinos que debieron aceptar vivir sobre la basura, comer de las sobras, vestirse de lo que tiran las clases medias y morir en los basurales; desaparecieron escuelas y hospitales públicos; la vivienda popular se transformó en un espejismo y el transporte público se derrumbó. Las empresas nacionales fueron rematadas a los usureros mientras la tuberculosis, el alcoholismo, las adicciones y el chagas hacen estragos entre los más pobres. En tanto, las fortunas mal habidas siguieron sentadas en todos los resortes del poder, ordenando los pagos, planificando los saqueos, mandando las miserias que sus políticos serviles ejecutan a cambio de una pequeña parcela de brillo y dinero. La corrupción de la política y su peaje fue el precio que paga la burguesía para poder seguir adelante con el programa que empezó a ejecutar Videla y que siguieron ejecutando todos los políticos del régimen, incluso este gobierno. 

TREINTA AÑOS CONTRA EL PUEBLO

Ahora, a tres décadas de la caída de la dictadura, el régimen se enfrenta a otro fin de época, al ocaso del kirchnerismo, a la amenaza de la inestabilidad política en un futuro que promete vacas flacas y crisis económicas. Y es tan categórica la derrota K que se acompaña hasta con la salud del árbitro supremo, CFK, comprometida por las categóricas palizas que está recibiendo y que anticipan un final agitado. Y el kirchnerismo no fue cualquier gobierno, fue el diseño populista del régimen, con pequeñas concesiones de forma y homeopáticas reformas de fondo destinadas a apagar el incendio del 2001; pero, a la vez, pagando como nunca antes cifras siderales a los usureros y asegurando ganancias colosales a los empresarios nacionales y a los saqueadores de afuera. El kirchnerismo ya fue, eso es lo que dirán las urnas este mes. Pero las urnas no dirán quién viene en su reemplazo porque la burguesía no ha podido instalar un candidato ni un proyecto que le asegure la estabilidad y el saqueo futuro.
Deberá imponerlos ante un pueblo mucho más organizado que el del 2001, rebelde, independiente, adicto a la acción directa y con su memoria política reconstruida. La burguesía sabe que vienen tiempos difíciles y por eso muestra sus dientes feroces y aparecen los Milani, los Berni, los Granados y el Ejército y gendarmes y prefectos desalojando pobres y patrullando ciudades.

Amenazan con hacer tronar el escarmiento a los que los desafíen, como hicieron en Bariloche, encerrando por largos meses a cinco humildes luchadores anarquistas para intentar apagar el incendio social o como pretenden hacer con los trabajadores petroleros de Las Heras. Pero los tiempos han cambiado y siguen cambiando en contra de sus designios. Los vientos soplan hacia el futuro y se llevan puesta la hegemonía universal e inmortal del imperio del norte, amo de estos serviles, y dejan como un papanatas a su presidente, humillado en Siria e Irán y con su gobierno cerrado por falta de fondos. Los tiempos por venir, los días esperados, están llegando. A cada uno lo que le quepa.

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