El cambio
ministerial dispuesto por CFK es un claro reconocimiento de la debilidad política
en la que ha quedado sumido el gobierno después de las dos palizas electorales
sufridas en los últimos meses. El retorno del kirchnerismo al viejo peronismo
dejó en el camino a algunos leales pero impresentables soldados, encabezados
por Guillermo Moreno y Abal Medina, y en una situación de extrema incomodidad a
los aliados progresistas, como Verbitsky y Carta Abierta. La aparición rutilante de
Capitanich, ex colaborador cercano de Duhalde, como presunto hombre fuerte y
posible heredero oficial y la entrega del manejo económico a un ex discípulo de
Domingo Cavallo, como Kicillof, anuncian que el gobierno se dispone, con sus rémoras
y contradicciones, a cumplir la agenda política social y económica de los
vencedores. El dinero se acabó, la fiesta se termina y el ajuste ha llegado. Un
nuevo cepo, ahora salarial, ha sido anunciado por éste tándem como receta
salvadora para combatir la inflación: las paritarias no podrán firmar aumentos
por encima de un miserable 18 %, sentenció Kicillof. El kirchnerismo en
decadencia adhiere, así, a las posturas del maestro de su ministro de Economía:
no son los explotadores, los comerciantes y los especuladores los que generan
la inflación y lucran con ella, sino que los precios aumentan porque los pobres
luchan por no morirse de hambre! El anuncio de un inevitable tarifazo
selectivo y una devaluación del 30% sobre el dólar turista fueron acompañados
con un alza de todos los combustibles líquidos, medida que, en un país donde el
transporte automotor es la regla, generará un fuerte impacto en el costo de
vida de los humildes. No habrá bonos para jubilados ni aumentos de emergencia
para nadie, pero sí se atenderá con solicitud todo reclamo de los usureros
internacionales que afecte la posibilidad de volver a endeudar a nuestro
pueblo. Empezando por pagarles a los españoles de Repsol una cifra cercana a
los 8.000 millones de dólares como resarcimiento por haber vaciado nuestro
subsuelo de petróleo y gas. Y otros 500 millones para cumplir con el CIADI, un tribunal
a la medida de los usureros. Y, para acompañar en el terreno social este giro
hacia los dueños de los mercados (volveremos a donde nunca debimos
irnos!, dijo un eufórico Néstor Kirchner en Wall Street hace algunos años!!), se fortalece
un eje represivo basado en el ejército y conducido por un ex capitán
carapintada (Berni) y un general genocida (Milani), al que una desquiciada Hebe
de Bonafini saluda con entusiasmo como un militar sanmartiniano.
LA AGENDA DE LOS POBRES
Sin embargo,
el país que acaba de propinarle una paliza electoral al gobierno no lo hizo
para reconstruir un gobierno recostado en la peor derecha, sino para proclamar
que no admite más parches ni limosnas y que no ha sido partícipe de la dékada
ganada por esta bandita de aventureros y sus patrones. El malestar
social se extiende a todas las capas de la población humildes y la bronca
madura en los barrios pobres. La pérdida del poder adquisitivo de los salarios,
el insaciable avance de la inflación sobre los sueldos, las suspensiones y los
despidos y la evidente caída de la demanda laboral suman su cuota de
desesperación en millones de argentinos que nunca gozaron de los beneficios de
la cajita feliz administrada por el gobierno y sus secuaces. La oleada de
saqueos que conmovió al país y desnudó un gobierno paralizado, anticipa la
llegada de un tiempo en el que el pueblo explotado tratará de imponer su propia
agenda por encima de los intereses de las distintas fracciones y camarillas
burguesas. Que prácticamente la mitad de las policías provinciales se hayan
amotinado o acuartelado es un claro indicativo de la quiebra del orden
capitalista. El servilismo con el que gobernadores de distinto signo pero de
economías igualmente quebradas acudieron, bajándose los lienzos, a satisfacer
los reclamos de sus guardias pretorianas pone en evidencia su convencimiento de
que sin esos verdugos en las calles no durarían ni una sola noche en el poder.
Pero ninguna sociedad se sostiene sólo por el número o armamento de sus
guardianes: para lo único que no sirven las bayonetas -decía Napoleón-
es para sentarse encima de ellas. Aún el más
autoritario de los gobiernos requiere, de manera imprescindible, tener alguna
legitimidad, algún reconocimiento social, por así decirlo, de poseer utilidad
y beneficio público y general. Si carece de ello, si el pueblo no
encuentra contención en esos regímenes, por más poderoso que sea su aparato
represivo, sus días están contados. La rebelión de los milicos, esos asesinos
de pobres fanáticos del gatillo fácil, pone de manifiesto que hasta ellos han
intuido que al gobierno le queda poca nafta en el tanque, que serán requeridos
a tiempo y palazo completo y aumentan su precio como mercancía escasa y necesaria.
En el otro lado de la calle, la falta de legitimidad del régimen se expresa en
el rechazo a un gobierno que ha vivido en la ostentación de la opulencia, que
ha despilfarrado millones de millones de dólares, que ha entregado al economía
y la soberanía nacional como ninguno en las últimas décadas y se traduce en
desprecio violento a normas de convivencia y buenas vecindades que sólo sirven
para perpetuar la miseria. En los saqueos, como en botica, se mezcla de todo.
Desde las internas policiales hasta las sucesiones políticas, desde los matones
de barrio hasta los lumpenes de las barras bravas dejan su huella en estos
hechos. Pero, la llama sólo enciende la pradera si el pasto está seco y ese
clima social de bronca y desesperación, sostenido por la miseria perpetua y el
futuro sin esperanza, es el que explica la masividad de los saqueos, su
generalización y su extensión geográfica. Reducir este clima de estallido
social que se está instalando en todo el país a maniobras políticas o
policiales es seguir gobernando con el INDEC de Moreno en la mano, una estadística
donde no hay pobres ni miserables y donde todos estamos felices de ser parte de
la dékada robada. Finalmente, la realidad hace trizas el doble discurso y la
mentira permanente del progresismo bien pago. Han pasado apenas semanas desde
las elecciones y ya el pueblo está marcando, de manera inorgánica, violenta y
caótica, cuál es la agenda que pretendió imponer en octubre. El año que se
inicia será el de una confrontación directa, sin mediaciones discursivas, entre
esas dos agendas, entre esos dos programas, el de los pobres para imponer un
nuevo orden social y el del régimen para perpetuar la miseria y la entrega.
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