EDITORIAL
El kirchnerismo crepuscular
ha decidido comprar su retirada adoptando, sin quejas ni protestas, el programa
de la burguesía hegemónica, aquella a la que extorsionó y a la que le cobró
peaje durante los años de la incertidumbre. Hoy, alejada de sus momentos de
supremacía política, la camarilla gobernante hace malabares para explicarle a
su escasa base militante las virtudes de una política reaccionaria, anti obrera
y entreguista. Justificar la devaluación, el congelamiento salarial, el giro a
la derecha en la política de seguridad, la sumisión a los usureros
internacionales y sus organismos, la entrega de los recursos petroleros o la indemnización
a los ladrones de Repsol requiere un titánico esfuerzo oratorio y una imaginación
que excede a los voceros de la camarilla lumpen y corrupta. Provoca risa oír al
antiguo sirviente del Opus Dei, Jorge Capitanich, convertido en vocero de un gobierno
que, pese a su cacareo populista, defiende, imperturbable ante el ridículo, las
bondades de una política que los trabajadores y el pueblo argentino ya
conocemos de sobra porque la hemos padecido con Isabelita, con Martínez de Hoz,
con Menem y Cavallo, con De la Rúa y su Alianza. No por casualidad los patéticos
discursos de Cristina Fernández terminan en anacrónicas arengas que hablan de
otras épicas, absolutamente ajenas a su conducta, ante un mínimo auditorio tan
juvenil como colonizado, en un minúsculo escenario palaciego convenientemente
alejado de las miserias del pueblo. La burguesía hegemónica, la misma contra la
que se cansó de boquear y a la que más enriqueció este gobierno, se frota las
manos con el giro político del gobierno. Y espera más, mucho más, en este
sinceramiento de clase del kirchnerismo. Quedan tareas pendientes y los dueños
del país le exigen a esta pandilla de ladrones en retirada que las ejecuten.
Hay que restablecer el orden público, hay que retomar institucionalmente el
control de las calles, hay que reglamentar las protestas de manera que se
transformen en inocuas, hay que poner al ejército genocida en las calles (con
el cuento de la inseguridad y el narcotráfico), hay que militarizar las villas
y los barrios obreros (como hace la amiga Dilma en Brasil). Y todo eso para
quitarles a los trabajadores y el pueblo los beneficios y las conquistas
logradas desde el Argentinazo del 2001. Hay que sacarles diez puntos de su
participación en la renta nacional, para retrotraer los salarios a antes de
aquella explosión. O sea, hay que hacer que sea el pueblo el que pague el costo
de una fiesta de la que apenas percibió mendrugos. Y el régimen le exige a un
gobierno derrotado y sin futuro que sea el que lo haga. Y este gobierno
populista otoñal, con altisonantes discursos montoneros aplica la política
miserable de los Rodrigo, Isabelita y López Rega!
AJUSTE PARA EL PUEBLO, IMPUNIDAD PARA LOS LADRONES
El régimen sabe que tiene
un as en la manga para apretar al gobierno en su debilidad: la imprescindible,
ineludible cuota de impunidad que reclama a gritos la enriquecida camarilla
populista en retirada. No es sólo Boudou el que está al borde del precipicio.
Las denuncias por corrupción o enriquecimiento ilícito que involucran a casi
toda la plana mayor de la bandita gobernante, abruman los juzgados.
Curiosamente, casi ninguna de esas causas es automáticamente sobreseída, como
sucedía hasta hace muy poco. Son pocos los afortunados funcionarios cuyas
causas caen en los escasos jueces amigos que aun arriesgan su futuro para
proteger fortunas tan ajenas como mal habidas. La mayoría de los acusados ve
como los expedientes que los involucran descansan sin prescribir en los cajones de los
escritorios judiciales y se transforman en armas cargadas de futuro en manos de jueces ansiosos
de permanencia. El gobierno y esos funcionarios saben que la corporación
tribunalicia es experta, como pocos, en el arte de leer los tiempos políticos y
desempolvar, en el momento justo, los expedientes retenidos. Y saben, también,
no es ningún secreto, que el tiempo político del kirchnerismo es el pasado. La
burguesía cierra sus cuentas con la camarilla gobernante apretándola como un
limón, exprimiéndola hasta la última gota, usa todas sus herramientas y se
monta y expropia la profunda ruptura del pueblo con un gobierno que es, cada día
más, un huérfano político.
La promesa de impunidad es
un poderoso estimulante de esta recuperación de la memoria de clase que está
protagonizando el populismo otoñal. De pronto, son amigos del alma de
Bergoglio, al que siempre amaron, y de Milani y los militares; de pronto Macri,
el cheto gorila o el garca, pasa a ser Mauricio. De pronto el avión presidencial
se abre a los opositores burgueses y se organiza un paseo de compras y placeres
conjunto para la asunción de Bachelet. También de pronto le aflojan plata a
Scioli para detener la inacabable huelga docente y para reforzar sus policías.
Y podríamos seguir largamente con la larga lista de sapos que Cristina está
tragando. Pero esa es la ley de la política burguesa, reconocida hasta por el
propio Juan Perón. En su mitológico Manual de Conducción Política, el viejo escribía que el que gana dirige y
el que pierde acompaña y obedece! Curiosamente, esa lógica peronista es la misma que, hoy,
le aplica la burguesía opositora al kirchnerismo, residuo histórico y cloacal
del peronismo.
La derrota electoral ha
tenido la virtud de llevar al kirchnerismo, de vuelta, a sus orígenes, a
aquellas épocas de señores feudales de provincias, de matones de pueblo, de
patrones de estancia chica. Los discursos épicos suenan cada vez más huecos,
menos sinceros y, sobre todo, menos eficaces. Los cánticos triunfales empiezan
a ser una cáscara vacía que intenta encubrir una deshonrosa retirada política
que puede ser simbolizada en una vieja letra tanguera del gran Enrique Cadícamo:
vuelvo vencido a la casita
de mis viejos Y,
por estas horas políticas, el problema central para esta bandita de chantas,
corruptos, mentirosos y vende patrias es saber cómo llegar en libertad y con
sus patrimonios a salvo a ésa casita, hasta donde llega el precio a pagarle al régimen y,
sobretodo, si los negros
y el
pobrerío van a aguantar ese precio en sus lomos o se van a rebelar.
El 10 de abril habrá un
gran paro general. Lo convocan las CGT de Moyano y Barrionuevo y una bandita de
otros viejos burócratas sindicales que olfatean el olor del cadáver y sólo
quieren posicionarse para la sucesión. Por eso es que le han dado un carácter dominguero
y pacifista al paro. Es que ellos le tienen tanto miedo al pueblo en las calles
como el propio gobierno. Pero las razones profundas que explican la legitimidad
del paro, el hambre en la mesa de los pobres, el desempleo creciente, la carestía,
la exclusión social que revienta en violencia callejera, la entrega del
patrimonio común, deben llevarnos a unir todos nuestros esfuerzos para asegurar
un paro contundente, activo, callejero, rebelde, insurrecto, que desborde y
supere las intenciones de los crápulas de los sindicatos y golpee al gobierno.
Desde estas páginas, convocamos a la izquierda autonómica y libertaria a transformar
el paro dominguero de Moyano y Barrionuevo en jornada de rebelión popular para
derrotar al ajuste y para encaminarnos a derrocar al régimen.
Queridos lectores:
Si desean leer la Revista
La Maza completa ingresen al siguiente link:
No hay comentarios:
Publicar un comentario