EDITORIAL
Con
marzo se han ido el verano y sus calores y, también, los febriles sueños de
perpetuación del elenco kirchnerista, el que, imperceptiblemente, ha pegado un
giro sobre sus propias palabras y ha comenzado a aceptar la triste realidad de
que sólo Daniel Scioli puede brindarle alguna posibilidad de retener parcelas
de poder. Quedan, tan destempladas como anacrònicas, las protestas de los
conversos y los marginales, los insultos de Hebe de Bonafini o Luis D Elia o
las quejas de los castristas y estalinistas de los diversos y moribundos PCs,
sabedores de que no hay lugar para ellos en la agenda del gobernador bonaerense
y el pejotismo que viene. En cambio, más ubicuos, dirigentes sindicales ultra
kirchneristas como Antonio Caló, referentes de La Càmpora como Wado de Pedro o
el Cuervo Larroque, consejeros del poder como Carlos Kunkel y ex comisarios
políticos como Gabriel Mariotto, ya han empezado a recorrer el camino al nuevo
santuario del poder, en La Plata. Esta transición kirchnerista que fue desde el
desprecio, hasta intelectual, a Scioli, a un cálido apoyo no es fruto del
cariño sino de la necesidad que empuja a funcionarios y políticos
"profesionales" a establecer las alianzas necesarias para defender no
cuestiones ajenas a ellos como principios o ideas, sino vulgares, terrenales
porciones de privilegio, riquezas, negocios y, claro, impunidad para
disfrutarlos. Ya se ha anoticiado el kirchnerismo que todo el aparato peronista
está, subrepticiamente, encolumnado detrás de Scioli, como para dejar pasar más
tiempo. Y lo que ha empezado en marzo como un tibio reposicionamiento interno,
pasara a ser, en los próximos meses, una estampida de proporciones de
dirigentes kirchneristas hacia la ciudad de las diagonales; es que, adivinado
el rumbo de los vientos, el que vaya lento es posible que no encuentre asiento
ni pueda exhibir invitación. Sin embargo, esta aceptación de una obcecada
realidad que les mezquinó la posibilidad de imponer un candidato propio, una
figura de la cantera, un leal defensor del modelo kirchnerista, es un trago muy
amargo. Cristina Fernández y su círculo más cercano se enfrentan a un drama
"shakesperiano": todas las opciones son malas y todas las variantes
están preñadas de malos augurios. De ganar, Scioli estará obligado a hacerle a
ella y su camarilla lo que ella y su marido le hicieron al padrino de Lomas de
Zamora. Al final de toda esta novela de intrigas palaciegas, la "exitosa
abogada" le levantará el brazo al nuevo jefe del peronismo y si triunfa,
éste, más temprano que tarde, le clavará sus puñales. El hijo político que
ocupe el sillón de Rivadavia y se apodere de la chequera será, inmediatamente,
un matricida. El será finalmente quien mande y, para hacerlo, deberá deshacerse
del tutelaje cristinista para fundar su propia era, forjar su propia tropa de
leales y crear una nueva alianza de poder. Está en la naturaleza del peronismo
y de los movimientos bonapartistas populistas. La jefatura es un unicato, el
poder no se comparte y los chirolitas no existen. Un Pedro Càmpora fue, hace 42
años, el patético chirolita de Juan Perón por la sencilla razón de que el dueño
de los votos –y del aparato y el poder- era, precisamente, el viejo general.
Circunstancias difícilmente comparables a la actual coyuntura, donde la vieja
reina está cuesta abajo en la consideración popular mientras los sucesores se
prueban los trajes del poder, impúdicamente, ante sus ojos. En esta democracia
bastarda y corrupta que heredó a la dictadura sin beneficio de inventario y que
aceptó y preservó sus alianzas con el gran capital, la regla es que la mano que
manoteó la caja es la misma que maneja el país. El esquema constitucional de
poder, absolutamente presidencialista, legitima las facultades de una jefatura
autoritaria, manejando a discreción los recursos públicos y ejerciendo poderes
delegados por quienes debieran controlarlo.
LOS KIRCHNERISTAS CREPUSCULARES, ACEPTANDO
LO INEVITABLE
Volviendo
a la pesadumbre del palacio, lo cierto es que los únicos sucesores que podrían
aceptar el rol de chirolitas de CFK son, precisamente, quienes no tienen
ninguna posibilidad de ser sus sucesores. Más bien al contrario, están, también
ellos, arrastrados por el designio de la decadencia que afecta a la jefa y, en
consecuencia, no existen en la consideración popular. Y ésta es la encrucijada
en la que se encuentra la camarilla que rodea a CFK. Desde Zanini para abajo,
todos ellos saben que, de ganar, Scioli los traicionará, pero saben, también,
que todo el aparato peronista irá y ya está yendo en procesión a La Ñata o a La
Plata, lugar donde, reconocen, habita la única esperanza de futuro. Ese es el
interrogante que llena de pesadumbre y nostalgia los últimos discursos
presidenciales. Podrían limitar a Scioli con un vice leal? Viendo cómo les fue
con Mariotto no resulta una línea aconsejable. Lograr un gran bloque de
legisladores que lo condicione tampoco parece ser una idea que, eficazmente,
pueda asegurar una red de protección a los soberanos en huída. Si la idea es
colonizar el poder judicial con amigos, tampoco es un pensamiento brillante,
conociendo el grueso desapego al derecho pero la fina percepción de la brújula
del poder que caracteriza a nuestros jueces. CFK, que manejó los recursos
públicos como si fuesen sus carteras Louis Vuitton sabe, por esa utilización a
mansalva que hizo de la caja, que el poder del dinero del estado es el gran
disciplinador. Y sabe, también, que no será ella la que imponga voluntades
desde diciembre. Pero, negarse a cerrar filas detrás de Scioli implica apostar
claramente a la derrota del partido justicialista, a la pérdida de
gobernaciones, municipios, bancadas, prebendas y negocios sin haber consultado
a gobernadores, intendentes, legisladores, prebendarios y negociantes, los que,
es fácilmente sospechable, no van a acompañar al kirchnerismo hasta su tumba.
Sólo irán a su velorio y sólo si se hace bien lejos del cementerio. Más a
partir de la aparición de la alianza PRO-UCR-Carriò, que se planta como una
amenaza real de desalojo del poder en caso de una segunda vuelta. El
contundente apoyo empresarial que bendijo el acuerdo liberal ha sonado como
terribles campanadas en las capillas peronistas. Y hay otro hecho que nos dejó
marzo y que, aunque los medios oficialistas y los de la corpo minimicen, ha
dejado su impronta en la política. El paro general del 31 de marzo no fue una
protesta circunscripta al impuesto a las ganancias ni a sus víctimas, como
pretendió CFK. La altísima adhesión cosechada, aun en pequeñas ciudades del
interior y en fábricas y sindicatos enrolados en las centrales kirchneristas,
ha puesto de relieve que, mas allá de la catadura moral y prontuarial de los
dirigentes sindicales convocantes, hay una profunda bronca entre los oprimidos,
un rechazo generalizado a las políticas oficialistas y a la propia imagen
presidencial. Un país en el que, después de doce años de gestión kirchnerista,
el 60 % de los trabajadores gana menos de $ 6.500 y el 85% de los jubilados
subsisten con miserables $ 4.000, no es precisamente un lecho de rosas sino una
parva de espinas donde germinan sentimientos poco gratos para la camarilla
presidencial. Si este proceso se profundiza encontrará expresión política y muy
posiblemente lo encuentre en las próximas elecciones. La presidenta debería
confrontar la masividad del paro con la orfandad de liderazgo social de
aquellos jóvenes funcionarios a los que considera sus herederos y que no ganan
elecciones ni en las cooperadoras escolares de las caras escuelas privadas a
las que van sus hijos. Y debiera, en consecuencia, prepararse más para la
definitiva cicuta que para simple un trago amargo.
Queridos lectores:
Si desean leer la Revista La Maza pueden descargarla a través del siguiente link:
Aguardamos sus comentarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario