EDITORIAL
Apenas cerrados los comicios
del 9 de agosto, lo que había comenzado unas horas antes como una fuerte,
copiosa e imprevista lluvia que afectaba algunas áreas rurales de Buenos
Aires, se transformó en una tormenta inacabable y feroz que se extendió a buena
parte de la provincia y dejó en la ruina a decenas de miles de
familias, ocasionando pérdidas económicas de una magnitud desconocida.
Como siempre sucede, los políticos del régimen se lavarán las manos de su
responsabilidad y se defenderán diciendo, con alguna pizca de verdad, que se
trata de un fenómeno meteorológico de una magnitud desconocida, como si los
desequilibrios del clima fuesen producto de algún ente sobrenatural o de un
designio místico. Claro que con eso no lograrán resolver el drama de las
familias que han perdido todo, de los pequeños productores rurales aislados en
caminos que ya eran intransitables, de pobladores desplazados, de economías
locales destruidas y así una larga lista de damnificados.
En el colmo de la desfachatez
y desnudando el verdadero carácter farsesco de esta democracia, los candidatos
y los gobernantes, lejos de acudir presurosos en ayuda de los maltratados
vecinos, se dedicaron a sus festejos y a elucubrar e imaginar las maniobras
posibles para apoderarse del trofeo de octubre. En esa maratón de
cinismo destacó el gobernador y candidato oficialista a presidente, Daniel
Scioli, quien apenas tuvo tiempo para proclamarse vencedor en las PASO y
subirse a un avión para iniciar una gira europea, mientras buena parte de los
bonaerenses veían arrasadas sus vidas por el temporal. Contrasta la obscenidad de
los gastos de sus campañas electorales, con la precaria ayuda que le llega a
los damnificados y que proviene, sustancialmente, de la solidaridad popular.
Esa es la esencia de nuestro régimen democrático y esa es la expresión más
acabada de la sensibilidad de nuestra clase política.
Claro que, además, no es la
mano de Dios la que está arrojando vendavales sobre nuestras llanuras. Se trata
de la manifestación cada vez más clara del cambio climático que el capitalismo
está causando. En nuestro caso, es, en primer lugar, fruto inmediato e
innegable de la destrucción de los suelos y de los bosques nativos para
permitir la expansión sojera de la que han vivido tanto el kirchnerismo
como la oligarquía durante todos estos años. Así, la llanura bonaerense ha perdido
todas sus arboledas, sus suelos carecen de capacidad de absorción de agua y las
caprichosas e ilegales construcciones de canales privados “aliviadores” en
los campos y de contenciones “protectoras” en
las zonas de countries hacen el resto. El drenaje de la llanura siempre ha sido
lento, pero, ahora, se hace parsimonioso y, a la vez, arrasador. En
su rumbo hacia las desembocaduras, los arroyos se hacen ríos desbordados y los
ríos correntadas feroces que inundan todas las cuencas. En el año 1987, un
gobernador peronista, Antonio Cafiero, comprometió la realización de
obras millonarias para prevenir estos desastres. Han pasado casi treinta años
de gobernadores, siempre de ese partido, y nada se ha hecho, la
infraestructura sigue siendo la misma, los canales no existen, los caminos
están arruinados y, por otra parte, los fenómenos meteorológicos exponen
la destrucción del medio ambiente con una ferocidad desconocida. El resultado
es el que está a la vista y la cuenta la pagan, como siempre, los más pobre.
LOS
HEREDEROS DE CRISTINA SON LOS NIETOS DE MENEM.
Lejos de la
tragedia, los herederos de CFK se apresuran a contar los porotos para ver cuál
es su posible tajada en la sucesión abierta. Las elecciones del 9 de agosto no
aclararon mucho acerca de cómo será el reparto final, pero sí dejaron en claro
que las preocupaciones y angustias del pueblo no figuran entre sus prioridades.
Massa, Macri y Scioli han hecho del silencio, la tilinguería y el mutismo
un arte para encubrir sus verdaderos propósitos. Sin embargo, sus voceros
económicos, los que recaudan apoyos entre los dueños del país,
dejan bien en claro que su receta es la misma. El ajuste contra el pueblo,
iniciado por CFK, se profundizara con una devaluación inexorable, los subsidios
pasarán a tener importancia simbólica y se reanudará la vieja rueda del
endeudamiento externo, en el mismo rumbo que ya transita Kicillof. Para los
trabajadores y el pueblo no hay nada bueno por delante, si es que el futuro
depende de éste trío de sirvientes del gran capital. Como los tres
rostros del can Cerbero, comparten su pertenencia al mismo cuerpo y actúan en
sintonía perfecta con los deseos del perro infernal. Tienen, sí, algunas
diferencias, pero son parte de lo mismo y su misión es la misma: preservar los
intereses de los poderosos, ser fieles guardianes de sus ganancias y posesiones
y garantizar que las privaciones y las miserias queden en el territorio
de los pobres. Tienen una larga historia de pertenencia y fidelidad al régimen.
Los tres arrancaron, sin variantes, sus carreras de guardianes de la mano de
Carlos Menem, el denigrado pero eficaz mentor de Néstor y Cristina Kirchner.
Más allá de los discursos, los colores, los globos, el merchandising y las promesas
sus proyectos son tan parecidos que resultaría difícil diferenciarlos para un
observador ajeno a su liturgia. Si algo faltaba para desnudar su cinismo y su
desvinculación con los avatares del pueblo, su actitud ajena, distante y
ausente ante el drama de los inundados, habla por sí sola. Ellos seguirán en la
farsa electoral, vendiendo espejitos de colores a los incautos y
regalando promesas a mano abierta a los crédulos. Pero, la realidad terminara
por imponerse y a poco andar se verá su verdadero rostro y allí habrá que ver
si pueden mantener su eficacia como gendarmes del capital. Es que hasta el
monstruoso can Cerbero tuvo su final y de nada le valieron sus tres cabezas,
sus fauces amenazantes y sus tres ladridos aterradores ante
la determinación de Hércules. Y los pueblos, cuando ya nada tienen por perder
más que sus cadenas contienen, en sí mismos, todo el heroísmo y toda la fuerza
de los Hércules mitológicos.
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