EDITORIAL
El gobierno de las oligarquías
ha asestado, en estos cinco meses pasados desde su asunción, un golpe de
dimensiones insospechadas sobre las espaldas del pueblo trabajador. Ni siquiera
la desaparición del INDEC y la inexistencia de cifras oficiales pueden ocultar
la profundidad del saqueo perpetrado en tan poco tiempo. Ni la dictadura
militar, encaramada en sus fusiles ensangrentados, fue capaz de lograr una
transferencia de ingresos tan grandes y en tan poco tiempo desde el pueblo
hacia los bolsillos de los explotadores. Lo más notable de esta expropiación
masiva es que está siendo llevada adelante por un gobierno que sigue siendo,
esencialmente, un gobierno débil. Aupado apenas por un puñado de votos, sin
militancia ni aparatos de control territoriales, con apenas un par de
gobernadores y una notoria minoría legislativa, sin anclaje sindical, repudiado
por todo el mundo de la cultura, se sirvió del escenario de confusión, división
y desmoralización política que le brindo el patético final kirchnerista y del
rotundo apoyo patronal para avanzar como una topadora sobre el empleo público y
privado, sobre los ingresos populares mediante un tarifazo brutal y desatar una
purga cultural en todos los escenarios.
Sin embargo, lejos está
todavía de consumarse lo que sería una derrota importante del pueblo. En
efecto, si el gobierno logra consolidar su avance, si puede imponer su saqueo
tarifario, si consigue estabilizar la situación económica sobre esta base, la
relación de fuerzas entre las clases sociales enfrentadas se inclinará a su
favor. Pero eso está por verse. La reacción popular demoró apenas unos meses
para hacerse sentir y para exigirle a las corruptas y acomodaticias dirigencias
sindicales una respuesta. Aun antes de que el tarifazo llegase a los hogares y
calentaran los ánimos del pueblo, el 29 de abril una multitud como hacía años
que no se veía, más de 300.000 trabajadores, acudieron al acto de las centrales
sindicales y exigieron una respuesta más contundente. Después vinieron las
facturas con aumentos que son, directamente, impagables. La bronca, entonces,
comenzó a contagiar a las clases medias, precisamente la base electoral del
gobierno. Y todas las encuestas comienzan a registrar el crecimiento y la
extensión social del repudio. Hasta la Iglesia católica le hace llegar al
gobierno su preocupación por una situación que considera explosiva. Los medios de
comunicación aliados al gobierno registran ese mismo nerviosismo. Y, dentro del
propio gobierno, comienzan a oírse voces que alertan sobre la tormenta que se
cierne ante el régimen.
PASAR EL INVIERNO….
La única respuesta del
gobierno es aferrarse a la ilusión de que un aluvión de capitales extranjeros,
aprovechando los salarios de hambre que está imponiendo, se radique en el país
y promueva empleo y crecimiento. Pero una breve mirada sobre la salud económica
del capitalismo global bastaría para dar por tierra con esas expectativas. El
"segundo
semestre", territorio de las bonanzas prometidas por Macri,
está llegando y nada augura que sea pródigo de buenas noticias. La crisis del
principal socio comercial, Brasil, se encuentra en pleno desarrollo y ya se ha
instalado en el propio régimen, mientras su PBI cae a niveles nunca
registrados. Nada bueno puede esperarse del vecino. La economía China, otro
socio privilegiado, sigue envuelta en la incertidumbre y el retroceso. La
crisis internacional se está haciendo endémica y sólo se desarrollan procesos
de inversión en los escasos nichos de mercado que posibilitan ganancias
siderales y rápidas. Latino América toda está sacudida por problemas económicos
y malestar social y político. Resulta difícil creer, con esos datos elementales
a mano, que la coyuntura económica de nuestro país vaya a cambiar
milagrosamente a partir de julio. Por el contrario, el paso de los días y el
crecimiento del repudio y de la resistencia, la perdida de aliados (hasta Massa
y los propios radicales empiezan a tomar distancia) y la persistencia de la
inflación, de tasas de interés usurarias, del desempleo y la carestía
transforman a esa frase –"llegar
al segundo semestre"- en una reedición de la que hizo famoso a Alsogaray,
"pasar
el invierno". Sólo que el que aspira a pasar el invierno es el
propio gobierno. Y es sabido que si bien la historia se repite, la segunda vez
lo hace como una farsa trágica. El gobierno se aferra a ilusiones y pretende
instalarlas en la sociedad, aun sabiendo su carácter fantástico. Lo hace con la
esperanza de que el paso del tiempo consume el saqueo y tranquilice las aguas. Esta
es la hora en la que hay que ganar las calles, salir al reclamo, organizar las
protestas y el reagrupamiento, es la hora de enfrentar a la oligarquía y
derrotar su política hambreadora y su gobierno entreguista. Es la hora de
demostrarle a la oligarquía gobernante que si está allí, en el gobierno, no es
por derrotas propias sino por la previsible muerte anunciada de los
reformistas. El pueblo, todavía, no ha salido a la batalla. Y eso es lo que se
viene y en ese momento se determinará si la oligarquía puede imponer su
programa de miseria y saqueo. Y está por verse si ellos pueden pasar el
invierno.
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